No vio del todo claro el final de la pesadilla Rafael Nadal hasta el primer día de diciembre, cuando se convenció de que todo había terminado y que comenzaba una nueva realidad. El 2023 afrontaba el principio de su final y el mejor deportista español de todos los tiempos, con la temporada bajo el control de inventario, hacía pública su vuelta a la competición, su retorno a las canchas.
Eligió Nadal las redes sociales para emitir el mensaje más esperado. Mientras se difuminaban las secuelas del absolutismo impuesto por Novak Djokovic, apuntalado por su triunfo semanas atrás en las Finales ATP y se apagaba la resaca justificada por el gran éxito de Italia en la Copa Davis de Málaga, el evento que puso el punto y final a otra intensa temporada, Nadal advertía que en Brisbane, en la primera semana de enero, será el punto de partida y que volverá a formar parte del cartel del circuito profesional que tuvo que abandonar por una interminable lesión en el psoas ilíaco de la pierna izquierda.
El balear intensifica su puesta a punto, su cuenta atrás para la vuelta. Y en su reestreno verá que pocas cosas han cambiado. El ganador de veintidós grandes se encontrará con que Djokovic se mantiene como dominador absoluto del circuito. Que aquella generación que prometedora llamada a propinar un cambio de orden a la competición sigue incapaz, con un año más, y absorbida por otra camada, más osada, más atrevida y más convincente. Verá que los Daniil Medvedev, Alexander Zverez, Stefanos Tsitsipas y compañía han sido devorados por una cuadrilla mejor. Si no más talentosa, al menos más atrevida, más osada. Liderada por Carlos Alcaraz, escoltado por Jannik Sinner y Holger Rune, representantes claros de los nuevos tiempos aún por llegar.
Llega Nadal otra vez al tour que para él arranca en Brisbane y la cima del ránking está igual. Ocupada por el serbio Novak Djokovic que acumula más de 400 semanas en las alturas. Empeñado en asentarse como el jugador más premiado de la historia, de todos los tiempos. Ha aprovechado el serbio, a sus 36 años, el adiós de Roger Federer y el receso obligado del español para poblar su hoja de servicios y dar un estirón a sus méritos.
No parece que pase el tiempo para el tenista de Belgrado que ha completado el 2023 con una de las mejores cosechas de su carrera y a un nivel de juego espectacular. Sin fisuras, inaccesible para el resto de adversarios. Ni consolidados ni prometedores. Nadie ha podido con el pupilo de Goran Ivanisevic que se ha quedado a un paso de lograr el Grand Slam. Solo la ambición del español Carlos Alcaraz en uno de sus mejores momentos de la temporada, en pleno ecuador, le privó de ganar a Djokovic también Wimbledon, el único ‘major’ que no ha podido conquistar esta temporada.
El serbio ha cerrado el ejercicio con solo siete derrotas en 63 partidos disputados. Ha ganado siete títulos en este 2023. Entre ellos el Abierto de Australia, el Abierto de Estados Unidos, Roland Garros y las Finales ATP. Además, el Masters 1000 de París, el Masters 1000 de Cincinnati y el torneo de Adelaida. Solo cedió una final. La del All England Club de Londres. Desde el 2016, cuando consiguió el mismo número de premios, nunca había ganado tanto Nole que solo en el 2015, con once éxitos, y en el 2011, con diez, en pleno apogeo y en madurez, cerró con más trofeos en su mochila.
Noventa y ocho títulos alumbran su recorrido profesional del número uno del mundo que representa la ambición permanente por ser el mejor cada vez que salta a una pista; muestra una interminable lucha contra sí mismo: cada partido es un reto, cada torneo un desafío; envida al tiempo, planta cara a la edad, apuesta contra la historia. Resuelve las dudas que le acechan con determinación y mantiene a raya a los aspirantes.
La vuelta de Nadal reaviva la nostalgia. Es prudente el balear después de un año distraído de la competición, al margen de la cancha. Sus metas distan de los objetivos de antaño cuando en cada curso apuntaba a ser el mejor. Ahora, desengrasado, en las profundidades de la clasificación mundial y fuera de la circulación por el momento, el español solo pretende volver a jugar, volver a competir, volver a contar. Fijó en su día el 2024 como el del epílogo a completar. Sin hacer números, sin marcar registros, sin grandes objetivos.
Aún así, su retorno reactiva a los melancólicos. A los que evocan el tiempo pasado como el mejor. A los que echan de menos los duelos irrepetibles entre Nadal y Djokovic, incrustados en las más brillantes páginas del deporte. A las batallas del ‘big three’, a los supervivientes de la etapa más esplendorosa y dominante del deporte de la raqueta.
Nada tendrá que ver con lo de entonces, seguramente; pero el mundo espera el renacer de Rafa Nadal, al que contemplan todavía como el antídoto de Nole y el más capaz de cuestionar el absolutismo del serbio. Tantas veces ha renacido que pocos piensan en que está cerca su final. Lo sabe el jugador de Belgrado que ve en la presencia del español a otro desafío.
Acaba el 2023 con Djokovic engrandecido, con Nadal renacido y con Alcaraz y Sinner como amenazas. Es el 2024 un año plagado de retos, de alicientes. De objetivos. El número uno del mundo apunta al Grand Slam que nadie consigue desde que Rod Laver lo hizo suyo en 1969, la última vez. Incluso añadir el oro olímpico en París 2024 y obtener el Golden Slam. Tiene los Juegos entre ceja y ceja el balcánico. Nunca ha logrado el oro Djokovic. Es lo que falta en su palmarés.
Sí lo tiene Nadal. Uno de los pocos jugadores que ha ganado todo alguna vez. Tiene dos major menos que su adversario. Pero tiene el oro olímpico en su historial. Es su ilusión. París por partida doble. Un nuevo Roland Garros, el decimoquinto y el podio olímpico, también en París.